Me he operado de cataratas en los dos ojos en la clínica del Dr. Tirado y me han implantado unas lentes trifocales en sustitución del cristalino. He decidido contar mi experiencia por si puede ayudar a otros que padeciendo el mismo problema aún tienen dudas sobre ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? ¿Dolerá?
Debido a mi trabajo y aficiones dedico muchas horas al día a leer y escribir y siempre he gozado de una visión envidiable, pero hace dos años empezó a deteriorarse. De lejos me costaba identificar a las personas y cuando conducía por la noche, las luces de los coches eran una sucesión de estrellas e incómodos destellos, las matrículas aparecían siempre borrosas y los carteles de dirección eran imposibles de leer hasta que no los tenía casi encima, lo cual convertía en tortura lo que antes era uno de mis grandes placeres, empezar mi viaje de noche.
También ver la televisión empezó a resultar incómodo, los subtítulos eran ilegibles y la superficie de los rostros carecían de nitidez, incluso llegué a pensar que mi televisor no estaba adaptado a las nuevas tecnologías.
Cuando comprendí que el problema era mío, no del televisor, decidí que había llegado la hora de usar gafas para corregir la visión de lejos y de media distancia.
Acudí a una óptica, me graduaron la vista y me hicieron unas gafas. Al principio, mi visión mejoró bastante, pero la mejoría duró poco tiempo. Pasados unos meses empecé a tener la sensación de que se habían equivocado con la graduación o me habían montado unas lentes equivocadas. Aguanté un poco más, pero la situación se iba haciendo cada vez más comprometida, volviendo a estar casi como al principio.
Este proceso coincidió con mi jubilación como enfermero del Servicio de Radiología de Carlos Haya, lo que me permitió dedicar más tiempo a mi actividad como historiador y recuperar antiguas aficiones, como pintar al óleo, montar pequeñas maquetas de aviones a escala, y salir un día a la semana con otros amigos a recorrer los caminos, senderos y barrancos de la provincia.
En todas estas actividades el problema de la vista se hacía cada vez más evidente. Así que volví a la óptica para que me corrigieran la graduación. Cuando el óptico vio que había aumentado mucho con respecto a la primera, me explicó que no merecía la pena cambiar las lentes y que debía acudir al oculista porque probablemente estaba desarrollando cataratas.
Pedí cita en la Seguridad Social para ver si se confirmaba el diagnóstico, y cuando al fin me vio el oculista me dijo que, efectivamente, tenía cataratas, pero aún no estaban para operar. Pregunté si la operación era molesta o dolorosa, si había riesgos y si me operaría él. Y en un tono amable y simpático, pero con prisas, contestó: apenas molesta, es una operación que hacemos todos los días, no hay de qué preocuparse, y probablemente sí, pero no es seguro.
Me dieron otra cita para verme de nuevo en seis meses, cuando fui, había otro oculista, una mujer (este dato carece de importancia, pero sí su enfado por no llevarle las gafas que había estado usando). Aunque le expliqué que solo las usaba para ver televisión y el anterior oculista ya las había inspeccionado y anotado los detalles relevantes, en adelante ya no hubo asomo de cordialidad en el trato, y sí frialdad y malhumor. Me hizo una nueva graduación con desgana, se puso a escribir algo y me dijo que me iba a dar cita para la operación.
A las preguntas: ¿Quién me va a operar? ¿Me pondrán lentes trifocales? ¿Y si yo las pago? Sus lacónicas respuestas: “El que esté de cupo”, “Solo ponemos lentes monofocales”, “Aquí no se hacen esas cosas”. Entonces dije que prefería pensar un poco lo de la operación. Sus últimas palabras: “Como usted quiera, pero si renuncia ahora, sepa que cuando se decida tendrá que volver a pedir cita para que se le haga una nueva valoración”.
El siguiente paso no me llevó mucho tiempo pues todas mis indagaciones me llevaban al Dr. Tirado, así que pedí cita en su clínica. Nos habíamos visto una o dos veces en la clínica donde yo trabajaba y le recordaba como una persona amable y sencilla, sin atisbo de prepotencia ni estiramiento.
Quedé impresionado con la clínica y su personal; todos ellos de una familiaridad y amabilidad espontánea y natural que me hizo sentir cómodo desde el primer momento. Me realizaron varias pruebas y después pasé a la consulta del Dr. Soriano, magnífica persona y magnífico profesional, quién tras ver el resultado de las pruebas me explicó mi situación, el problema que padecía y las distintas soluciones que podía barajar, aunque dejó claro que el quirófano era la única solución definitiva.
También me habló de las diferentes lentes que se podían implantar y los pro y contras de cada una. Luego me pasaron a la consulta del Dr. Tirado y la impresión, al verle levantarse para saludar, fue tremendamente positiva. Detalles como ese muestran su calidad como persona.
Después de las presentaciones me explicó con detalles y dibujos realizados ante mí en una cuartilla, cuál era mi situación actual y la mejor solución para acabar con el problema y, respecto al asunto de qué lente era la idónea para mí, me explicó que, conociendo mis aficiones y actividades, no había dudas de que la mejor opción era la lente trifocal, una lente que me permitiría ver bien de cerca, de lejos y a media distancia. No obstante, de decidirme por esa opción habría que hacer unas pruebas para ver si la arquitectura de mis ojos la permitirían.
Una vez determinado que mis ojos admitían la lente, se realizaron otras pruebas de medición y me sometí a un tratamiento previo a la operación de uno de los ojos. Antes de entrar a la sala donde me intervendrían, pregunté si sentiría algún dolor, y me dijeron que no me preocupara, que tratarían de que estuviese tranquilo y apenas me enteraría de nada. Y así fue, no sentí absolutamente nada, ni miedo, ni nerviosismo, ni dolor.
Una vez terminada la intervención me acompañaron hasta otra sala para esperar un poco y observar posibles reacciones. Me sentí tan feliz, que tuve que reprimirme para no reír. Cada cierto tiempo una auxiliar me preguntaba cómo me encontraba y cuando pasó un tiempo prudencial me dijeron que me podría marchar y que debía volver tres días después para la primera revisión del ojo operado.
A la semana siguiente me operé del otro ojo, todo igual, revisiones y tratamiento previo. Acudí a esa cita totalmente tranquilo y relajado, a sabiendas de que no me iba a enterar de nada ni siquiera iba a sufrir molestias. Todo ha ido muy bien, veo de maravilla, ahora distingo las hojas de los árboles, las facciones de las personas desde lejos, y leo las matrículas de los coches y los carteles de dirección en la carretera, tanto de día como de noche.
Compartiendo mi experiencia con uno de mis hermanos, me explicó que él lo pasó fatal. Cuando lo iban a intervenir, le dijeron: “Esto te va a doler un poco. Aguante y no se mueva”. Pero no le dolió un poco, le dolió mucho. Pensó que iba a morir de dolor. Así que cuando le citaron al mes siguiente para operar el otro ojo, pasó varios días sin dormir ni apenas comer. A él le pusieron lentes monofocales, pero eso no le importó mucho, porque ya usaba gafas para leer. Es feliz porque ha mejorado su vista de lejos, pero aún recuerda las dos terribles experiencias que tuvo que sufrir y que compara con sesiones de tortura. Puede que mi hermano, como andaluz, exagere un poco y quizás la experiencia no fue tan dolorosa, pero lo cierto es que no todos somos igual de sensibles el dolor, tenemos umbrales distintos y distintas formas de percibirlo y reaccionar a él, pero también es cierto que, a estas alturas del siglo XXI, si se puede evitar, nadie quiere oír de su médico: “Esto le va a doler un poco”.
Desde aquí doy las gracias al Dr. Antonio Tirado por ser brillante y honesto, por saber transmitir optimismo y seguridad a sus pacientes, por haber creado un equipo de tanta calidad humana y profesional y por haberme devuelto la alegría de seguir disfrutando de la lectura y apreciar las pequeñas y grandes maravillas del mundo que me rodea. Un fuerte abrazo a todos.
Rafael M Soto, historiador y enfermero.